Ese momento en el que siento
Que te pierdo, que te perdí hace tiempo
Que tú nunca estuviste aquí
Que fue una traición del pensamiento
Pero la razón no traiciona. Sólo traiciona el corazón.
Y siempre va a traicionar a quien lo cobija. Es como un niño caprichoso y
desagradecido que luego vuelve a ti llorando cuando las cosas no han ido como
creía. Y vuelve con todo el dolor a cuestas, dispuesto a compartirlo contigo. Y
no te queda más remedio que compartirlo, porque vive en ti, porque se alimenta
de ti y porque os necesitáis mutuamente para seguir existiendo. Sólo por eso
vuelves a creerle cuando vuelve a las andadas. Una y otra vez, una y otra vez…
Y así pasan los años, dejando que sus heridas hagan
mella en mí, sintiendo cada vez más grande un vacío que parece que va a acabar
consumiéndome. Sintiendo que, ahora que no estás, vuelca en mí todo su veneno
para dejar que me corrompa. Y lo consigue. Me corrompe: todo lo vuelve negro,
todo lo vuelve difícil, todo lo vuelve banal, todo lo vuelve insuficiente.
Y vuelvo a olvidarme de los pasos a seguir para
encontrar el camino. Vuelvo a olvidarme de dónde estaba la luz que me guiaba,
porque ya no sé si me acompañó siempre y ahora no soy capaz de verla o fuiste
tú quien la trajiste y ahora te la has llevado contigo.
Perder de nuevo esa calidez que tanto cuesta
encontrar. Perder de nuevo esa ilusión que nos mueve. Perderte de nuevo.
Perderme de nuevo. Y vuelta a empezar.
A empezar dejando tiempo para la reflexión. Pero ¿cómo
hacer para que esa reflexión no me conduzca por caminos equivocados y acabe
haciéndome más mal que bien? ¿Cómo lucho contra mí misma en los momentos de
soledad? ¿De dónde saco las ganas para continuar como siempre después de esto?
Ni allí ni aquí. En ningún lugar. No me encuentro en
ningún lugar. Ahora mismo, no puedo aprovechar al máximo aquello que me ha sido
concedido como un regalo. No puedo sin ti.
Sólo dime dónde estás. Dime por qué no dejas de
enviar mensajes equivocados. Dime por qué no me guías hasta ti de la manera más
fácil, menos dolorosa. Dime por qué siempre hay alguien más. Siempre.
Que alguien me explique por qué cada vez parece que
me acerco más a aquello que siempre he querido, pero nunca llega. Cuando parece
que lo tengo en mis manos, echa a volar. Cuando he podido tenerte cerca, veo
que no voy a poder sentirte cerca nunca más. Cuando parecía que te había
encontrado, debes desaparecer. Cuando pensaba que podía hacerte un hueco en mi
mente, debo sacarte de ella…
Cuando todo era bueno en mí, la amargura de la
soledad vuelve a aparecer. Y vuelve a aparecer una paciencia infinita que me
dice “Espéralo, vendrá”, porque “Si alguna vez la vida te maltrata, acuérdate
de mí, que no puede cansarse de esperar aquel que no se cansa de mirarte.”
“Recuerda que yo existo porque existe este libro,
que puedo suicidarnos con romper una página.”
Que me encantaría ser capaz de romper esa página, de
eso no cabe duda; pero, si lo hiciese, me pasaría mi vida entera preguntándome
qué habría pasado si hubiese seguido escribiéndola. Y ese es mi eterno dilema
cuando me cubre la tormenta: seguir caminando sin rumbo y aguantar el aguacero
o caminar hacia ti aun sin saber si me recibirás con los brazos abiertos. Si
sigo caminando, no va a ser fácil; pero ir hacia ti para tener que volverme con
las manos vacías puede ser aun peor.
Y ¿qué pasaría si finalmente no vuelvo con las manos
vacías? Creo que esa es la luz que me guiaba y que aún me guía: tú, incluso en
la distancia. Incluso cuando todo es incierto. Incluso cuando hay tantas
posibilidades de fracasar. Incluso así, el dolor me da menos miedo.
Porque pienso en ti cuando la vida me maltrata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario