viernes, 29 de marzo de 2013

Raros, venid a mí


Pensaba que dejaría de vivir situaciones surrealistas al venirme Finlandia, pero veo que no: aquí me pasan cosas incluso más extrañas. Como dice una amiga mía: mi vida parece un capítulo de "Cómo Conocí A Vuestra Madre".

El sábado pasado salí por el centro de la ciudad y la experiencia fue, cuanto menos, curiosa. Y, por supuesto, digna de contar. Me quedó clarísimo aquello de que “la primavera la sangre altera”.

Todo empezó el martes 19 en un meeting que tuvimos con la gente con la que estamos trabajando mi compañero de piso y yo: se organizó una merienda en una sala del club deportivo de la ciudad para que nos conociésemos todos. Ahí fue donde conocimos a Silvo, un eslovaco que estuvo, como nosotros ahora, de voluntario en Finlandia en el año 2006. Este chico volvió para acá en 2008 y ha estado viviendo en Lappeenranta desde entonces. Una de las trabajadoras sociales creyó oportuno presentárnoslo, porque pensó que sería interesante que compartiese su experiencia con nosotros, ya que podríamos aprender de ella. Pues bien, al parecer, este señor la experiencia que quería compartir no era precisamente la que tuvo como voluntario.

Después de la reunión, se ofreció a llevarnos en coche a casa. Parecía una persona muy amable, aunque tenía algo que a mí no me gustaba. No sé qué era, pero algo había en el interior de este personaje que hacía que a mí me saltasen las alarmas.

El caso es que, antes de montarnos en el coche, nos ofreció ir a tomar una cerveza a uno de los pubs más populares de la ciudad, el Lucky Monkeys, para conocernos un poco mejor y, como somos gente sociable, aceptamos; pero ya os digo que tenía algo que no me gustaba. Entre otras cosas, le noté que su interés hacia mí no era sólo amistoso… Y, a ver, sin ánimo de ofender y aun a riesgo de parecer superficial, este que os digo no era precisamente un Adonis. Aunque, por lo que vi, él estaba convencido de que sí.

Después de esto, nos dejó en casa y quedamos en que otro día nos veríamos los tres de nuevo para salir de fiesta. Y ese día llegó: el sábado pasado, que trabajé. Hicimos una jornada especial de comida española en mi centro joven y Dani, que estaba por el centro de la ciudad, se pasó a verme y aprovechó para decirme que había quedado con Silvo después para tomar algo y salir por ahí. Que luego podríamos quedarnos en su casa o nos acercaría él a la nuestra.

Llegó mi hora de salir, a las once de la noche, y me fui para el Lucky Monkeys, que es donde estaban los dos. Los saludé y Silvo se vino conmigo a pedir mi bebida. Cuál fue mi sorpresa cuando, al ir a pagar, me encuentro con que ha pagado él ya. Por supuesto, le dije que no hacía falta que lo hiciese, que no me gusta que me inviten (quien me conoce lo sabe de sobra); pero él dijo, con sonrisita melosa, que sí, que sí, que yo había ido allí por él. ¡MEEEC! Me saltó de nuevo la alarma, claro: le expliqué que yo no había ido allí por él, que simplemente me apetecía salir por la noche después de haber estado toda la tarde trabajando. Pero creo que le entró por un oído, rebotó contra su orgullo viril y le salió por el otro. Imaginaos la estampa: un señor con más ego que estatura, ebrio, sonriendo en un patético intento de ser un donjuán, diciéndome que yo estaba ahí por él. Intenté reprimir la carcajada, pero fue imposible.

Nos sentamos y, viéndolo venir, me fui a poner enfrente de él para guardar las distancias, porque veía que iba a ser necesario. El caso es que se puso muy pesado con que me pusiese a su lado, porque donde yo me iba a sentar ya estaba ocupado (es cierto que había gente sentada y, aunque había espacio, no sabía de quién podía ser). Aunque no le di mucho crédito, me puse a su lado porque sé cuándo y cómo pararle los pies a los de su especie. Fue cuestión de segundos que empezase a intentar meterme mano: primero me cogió por la cintura y, cuando le pedí que quitase la mano de ahí, la deslizó “disimuladamente” y me la puso donde la espalda pierde su nombre. Le miré y le dije “Silvo, ¿eres ese tipo de persona que toca mucho a los demás cuando habla, como hace la gente española, o vas de otra forma?” Como era de esperar, se hizo el tonto. Se limitó a preguntarme si me hacía sentir incómoda, a lo que le contesté, con toda la educación que me permitía la ocasión, que sí, claro; pero siguió sin quitar la mano. Llegó mi compañero y, en español, le expliqué lo que estaba pasando para ver si me podía cambiar el sitio. Entonces quedamos en que, disimuladamente, lo haríamos en cuanto fuera posible. El casanova de Silvo siguió con su actitud de rompecorazones conmigo, cosa que no me hacía ninguna gracia, porque imaginaos la situación: yo soltera, extranjera, en un pub lleno de finlandeses buenorros, con un pulpo eslovaco cogiéndome de la cintura. Pues mis posibilidades de encontrar a uno que de verdad mereciese la pena se veían muy reducidas. Me volvió a preguntar si me hacía sentir incómoda y le expliqué que, además de que yo no era así, no era lo mismo tocar a alguien de manera normal cuando estás hablando que eso que estaba haciendo él. Esto mientras pensaba “Sí, me encanta. ME ENCANTA QUE ME ESTÉS ESPANTANDO A LOS CHICOS AQUÍ. ME ENCANTA. Sigue haciéndolo, por favor”.

Bien, pues cuatro veces más se repitió la situación de ponerme las putas manitas donde no debía, hasta que, a la quinta, se las cogí y se las quité de mala manera. Estaba más que cansada de repetirle que parase, que no llevábamos allí ni media hora y ya estaba así, que yo no quería nada con él y que, sinceramente, me estaba espantando a los que sí me interesaban. Bueno, pues su reacción fue la siguiente: le pidió el abrigo a mi compañero, cogió su bolso y nos dijo que se iba a pedir otra cerveza. Obviamente, no fue a pedir otra bebida: en un alarde de madurez, decidió marcharse a su casa como un cobarde, dejándonos tirados allí sin manera de poder volver, porque aquí por la noche no hay autobuses. Y nosotros vivimos a 9 km del centro de la ciudad.

Yo, que me lo había imaginado al verle coger sus cosas, no me sorprendí; pero la reacción de mi compañero al percatarse de que nos había vendido fue bastante interesante. El caso es que lo principal era cómo volvíamos a casa sin gastarnos un dineral en un taxi, que aquí cuestan una pasta. Así que empezaba nuestra aventura.

Mientras estábamos sentados pensando en qué hacer, avisé a un amigo finlandés, por si tenía idea de qué otro autobús podríamos coger a esa hora (eran las doce de la noche aún), ya que hacia algunas zonas los había a esa hora. Entonces me dijo que él iba a salir por la ciudad. ¡Bien! Al menos teníamos una alternativa si no encontrábamos cómo volver a casa.

Bueno, pues Dani empezó a hablar con un chico que teníamos sentado al lado, porque aquí en los pubs la gente comparte asientos aunque no se conozcan. Y resultó ser un tío majo que nos ofreció su casa para quedarnos a dormir si lo necesitábamos. Eso es algo que yo en España también he vivido alguna vez, en casos extremos, y nunca me han quitado un órgano ni nada, así que decidimos fiarnos.

Estuvimos tomando unas cervezas con él y la verdad es que era un tío encantador, pero principalmente con Dani: le invitaba a todas las consumiciones que quería y él, que llevaba desde las seis de la tarde bebiendo, parecía que no veía el límite, aunque también le saltó la alarma.

Mientras estábamos así, conocí a varias personas, ya que, en vistas del momento íntimo que estaba viviendo Dani con su pagafantas, decidí irme de relaciones públicas un rato. Y dio resultado: otra chica nos ofreció su casa para quedarnos si lo necesitábamos. Me explicó que ella vivía sólo a 1 km de la ciudad y que, además, no quería que nos fuésemos con el otro, porque hace tiempo vio un documental “en el que salía un violador con su misma cara”. Así que, en vistas de cómo había empezado la noche, pensé que podía llevar razón y que era conveniente hacer caso a la intuición.

Después de este pub, visitamos otro, el Old Cock, que también es muy conocido en la ciudad. Y aquí estuve hablando con tres chicos. La verdad es que eran majísimos y uno de ellos hasta estaba casado y enamoradísimo de su querida esposa, así que me inspiraban confianza, que era algo que me hacía un poco de falta esa noche.

Cuando cerraron este pub (sí, somos unos cierrabares, pero es que aquí cierran muy pronto), nos fuimos a casa de esta chica y, de camino, nos encontramos con su novio, que se iba a dormir con ella también.

Ya en su casa, después de estar como una hora hablando los cuatro, nos dejaron unas mantas y nos acoplamos en el salón: yo en el sofá y Dani en el suelo con una esterilla y una almohada. Bien, pues cuando llevábamos como un par de horas durmiendo, me despierto sobresaltada por un golpe. Me giro casi sin poder abrir los ojos y veo al novio de la chica medio agachado diciéndole algo a Dani. Deduje que iría a la cocina y que, de camino, se había tropezado y le estaba pidiendo perdón. Bueno, pues sigo durmiendo y noto que se sienta a mi lado, a la altura de mi espalda. Pensé que se iría, pero no. Y no sólo no se fue, sino que se tumbó a mi lado. Os podéis imaginar cómo me quedé. No podía dejar de pensar “¿Se puede saber qué cojones os pasa a todos hoy?”. Ya había tenido bastante con el otro memo, que, por cierto, no había sido el único que me había tirado los tejos esa noche.

Bien, dentro de lo anormal de la situación, intenté seguir durmiendo, pensando que se marcharía, cosa que no hizo. Siguió ahí hasta que, sobre las doce, se despertó su novia y vino a por él. Cuando salió ella de la habitación, yo estaba despierta, pero me hice la muerta. No la dormida, no: la muerta, por si acaso. Ella sólo lo mandó a la habitación y se fue con él. Supongo que le echaría la charla. O no. Ya no sé…

El caso es que ya se levanta Dani también y me dice “¿Qué te parece lo de este tío?”. Yo le dije que me parecía raro, claro, pero que al menos la novia no había reaccionado mal. Y me dice “No, lo de que estaba en bolas”. Y yo “Pero ¿qué dices? No… Si llevaba una camiseta, que lo vi yo”. Su respuesta fue: “Sí, SÓLO una camiseta. No llevaba calzoncillos”. Ahí mi cabeza ya sí que no me daba para entender absolutamente nada. Como dice una amiga mía, le debió dar un "Harlem shake neuronal o algo".

Bien, después de unas pautas de protocolo y deseando no tener que verle la cara al sujeto de nuevo, nos marchamos de esa casa y llegamos a la nuestra.

Ya a salvo, decidí echar mis pantalones a lavar y, antes de ello, miré si llevaba algo en los bolsillos. Encontré un ticket y recordé que esa noche, cuando estaba hablando con los tres tipos aquellos tan simpáticos del Old Cock, uno de ellos me preguntó que cómo habíamos ido a parar allí. Se lo conté mientras pedía una bebida y, casualmente, vio que me guardaba el ticket de la consumición. Me preguntó que por qué. Le expliqué que era porque quizá al acabar el proyecto me podían pedir justificar en qué había gastado el dinero y que, aunque fuese con tickets de cerveza, pensaba justificarlo. Entonces me ofreció su ticket. Me negué y él insistió unas cuantas veces así que, en vistas de que no lo iba a coger, me lo metió en el bolsillo del pantalón (al menos este ni me rozó al hacerlo, no como los otros).

Volviendo al momento en el que lo encontré: lo abrí para ver el importe de su consumición y… ¡Oh, sorpresa! Estaba su número de teléfono. En ese momento me dio la risa ya, porque era todo demasiado surrealista. Obviamente, no le he llamado.

Es curioso que aquí todo el mundo me ha vendido a los finlandeses como chicos tímidos, pero no acabo de tener muy claro que eso sea cierto. En cualquier caso, ahora me da un poco de miedo salir de fiesta otra vez.

Os mantendré informados.

¡Saludos!

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